Entrevista ao el diario Miradas al Sur (Argentina)
Luiz Eduardo Soares
Mariano Zamorano
con crudeza el interior “del grupo pequeño y cerrado, compuesto por 150 hombres, entrenado para ser la mejor tropa guerrera urbana del mundo”: el Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE). Sus participaciones como coordinador de Seguridad, Justicia y Ciudadanía de Río de Janeiro y secretario nacional de Seguridad Pública causaron revuelos por denuncias de corrupción dentro de las distintas fuerzas policiales. Invitado a la Argentina para participar del Festival Buenos Aires Negra (BAN), Soares descartó una tercera parte de Tropa de Elite, habló del significado de investigar a la policía en Brasil, opinó sobre la actualidad del país luego de las masivas protestas en las calles y su visión sobre el fracaso de la política de guerra contra las drogas.
¿Qué impacto generó la aparición de Tropa de Elite en Brasil?
Existieron diferentes momentos, incluso porque la historia del primer libro es un poco distinta de la historia de la primera película, que vino dos años y medio después. Conocí a José Padilha (NdelA: director de las películas Tropa de Elite I y II) durante la filmación de Bus 174, en la que fui el principal entrevistado. Nos hicimos amigos y teníamos la misma idea de hacer una película de ficción basada en hechos reales sobre la policía. Utilizamos las mismas fuentes del libro para el guión. A pesar de esto el desarrollo fue distinto. El primer libro de Tropa de Elite provocó una reacción muy fuerte dentro de la propia policía –con amenazas de expulsión y de muerte a André Batista, artículos duros del comandante del BOPE y las principales autoridades de la fuerza-. Las cosas no prosperaron negativamente porque hubo una reacción positiva de la opinión pública y de los medios: sabían que en las favelas las cosas pasaban como el libro decía. El apoyo fue suficiente para que el sector político del gobierno presionara a la policía a no hacer nada. El libro tuvo éxito, con 200 mil ejemplares vendidos, pero no se compara con las películas que fueron vistas por millones de personas.
¿El libro Tropa de Elite buscó alejarse de una cierta tradición de Brasil de estigmatizar las favelas o narrarla desde movimientos contrahegemónicos como la literatura marginal y el rap?
Hay mucho de eso. Podríamos considerar una colección de cuatro libros. El primero, Cabeça de Porco, lo escribí con MV Bill, que creció y vivió en la favela Ciudad de Dios, y Celso Athayde, fundador y ex presidente de la Central Única de Favelas (CUFA). Los dos son negros, trabajan la cuestión del racismo en Brasil y el libro es el retrato de jóvenes y niños involucrados en el tráfico de drogas y la violencia armada de las favelas. Bill y Athayde me dieron imágenes y entendimiento que no tengo. Tropa de Elite lo escribí con los ex agentes del BOPE André Batista y Rodrigo Pimentel. Surgió para meternos en el territorio que los protagonistas de Cabeça de Porco ven como enemigo. Espiritu Santo la escribí con Claudio Lemos -que conocía muy bien el trabajo de las milicias en Río-, y es un libro sobre jueces y sistema judicial brasileño. El último es Tropa de Elite 2. Los policías no fueron los que decidieron hacer la guerra y practicar la barbarie que practican. Hay una institución antes de ellos de la cual son instrumentos. La idea era comprender la necesidad de ese universo antes que la acusación.
Su experiencia como funcionario público estuvo marcada por la denuncia a la Banda Podre (Banda podrida) de la policía, que le valió la expulsión de su cargo. ¿Qué significa investigar a la policía en Brasil?
En 1999 fui Secretario adjunto de Seguridad de Río de Janeiro e intentamos hacer un cambio profundo. El objetivo número uno era terminar con las torturas de la policía contra negros y pobres. Las reacciones de los sectores de la policía vinculados a crímenes, corrupción y brutalidad fueron muy violentas, incluyendo muertes. La policía no nos tomaba en serio. A mí me tenían como un intelectual, romántico, militante, y decían que estaba para dar un tono un poco más democrático. Hay una anécdota puntual que grafica la pequeña guerra. Presencié un problema en una favela con una marcha de cerca de 4 mil personas. Estaba el cuerpo de la policía de choque, que no es el BOPE pero es una fuerza muy grande, preparada para una lucha directa. Le pedí al comandante general del cuerpo que informara que a partir de ese momento empezaba a mandar yo, y que la primera orden era que de ninguna forma disparasen. Un hombre me explicó que los policías de civil habían asesinado a dos habitantes de la favela. Les dije que estábamos en el gobierno para cambiar. Los testigos pensaban que era un engaño. En ese momento un estúpido idiota de la Policía Militar, filmaba con una cámara enorme y lo empezaron a correr. Apareció un helicóptero de la Policía Civil sobrevolando el morro y pude sentir las sonrisas y el apuntalamiento con fusiles. Pedí la prisión de esos policías por desacato. A la mañana siguiente un delegado de la Policía Civil me dijo que había un grupo interno de la fuerza que había querido matar a 10 personas para dejarlas en la puerta de mi casa, y él lo había impedido. Había un límite: si quería criticar e incluso arrestar a alguien se debía hacer dentro de la institución sin publicidad. La confrontación creció durante unos meses, con el asesinato de turistas como forma de desestabilizar al gobierno. Decidí hacerlo público para que el gobernador pudiera abrir una intervención federal y refundara la policía, porque la brutalidad y corrupción era institucional y llegaba a los estratos superiores. Dije que mantener la hipocresía era imposible. El gobernador me echó.
En el documental Palabra (en)cantada Chico Buarque cuenta que durante la década del 30 la clase letrada de Rio subía a los morros a comprar composiciones de samba. ¿En qué momento la favela se transformó en sinónimo de peligro?
La primera favela fue La Providencia, formada por desocupados que llegaban del nordeste sin lugar. En Río la topología favorece la proximidad de clases. En el inicio del siglo XX está la idea de Europa que la urbanización requiere condiciones sanitarias, que induce el apartamiento de los que son sucios, fuentes de enfermedades y peligro. El prejuicio se reproduce y las políticas son ambiguas. Con la conquista de la democracia se erradicó la expulsión del imaginario social y se reconoció la necesidad de urbanizar, desarrollar políticas sociales e implementar servicios. Más recientemente la cuestión del tráfico de drogas y la idea del peligro se impusieron. Parte del proceso de democratización será la superación de todos estos prejuicios, inversión y la valorización del pueblo no solamente de forma clientelista.
En su libro A todo o nada cuenta la historia de Ronald Soares, condenado a 24 años de prisión por tráfico de drogas en lo que fue el juicio más largo de la historia de Inglaterra (14 meses en un Tribunal). Entre otras cosas concluye que en todos estos años las políticas de guerra contra las drogas fracasaron. ¿Piensa que el camino de Uruguay es el correcto?
Sin duda. Estamos muy interesados en la dignidad y el coraje político del Parlamento, el gobierno y el presidente Mujica. Es lo que todos sabemos que debe ser hecho pero no hay voluntad política y hay un temor por la visión conservadora de la opinión pública. Los políticos tienen una dificultad muy grande de lidiar con el tema porque implica desgaste. Los hechos empíricos son indiscutibles: la guerra a las drogas fracasó porque se invirtieron más de 3 trillones de dólares para disminuir el consumo, y no se logró. Los daños colaterales fueron enormes: corrupción policial, baja en la calidad del producto vendido que hace peor que la droga misma y falta de información. El alcohol y el tabaco hacen daños en escalas muy superiores y no hay quien proponga la criminalización porque hay intereses económicos constituidos. Tenemos que convivir con los problemas, reducir daños e invertir en educación y campañas. En Brasil el gran efecto negativo es la criminalización de la pobreza que tiene un componente racista muy grande, con la cuarta población carcelaria más grande del mundo, y la tasa de crecimiento de esa población más veloz del mundo.
¿Por qué seguimos arrestando jóvenes negros y pobres que están traficando drogas?
¿Cómo analiza las protestas masivas de los últimos tiempos en Brasil dentro de un contexto de 10 años del PT en el gobierno?
Es un fenómeno muy nuevo que requiere atención y el reconocimiento de que los esquemas cognitivos tradicionales no funcionan más. La población se rebeló porque el país mejoró y en eso tuvo mucho que ver el PT. De las ciencias sociales sabemos que los que se rebelan no son los más miserables, sino los que tienen algo que perder, están en proceso de avance y se sienten empoderados. En Brasil cobró fuerza la idea de ciudadanía como protagonista, la reducción de desigualdades y la profundización de la democracia. Hay que comprender que la crisis actual viene de la insuficiencia de los avances, porque no se aceptan más las desigualdades, las injusticias y la hipocresía. El PT hizo cambios profundos, pero se metió en los mismos juegos tradicionales y se tornó parte de la repulsa popular. Hubo cooptación de sindicatos y movimientos populares, pero la masa los rechaza y no los reconoce como legítimos. Hay demanda de cambio y una potencia importante que se afirma.
Su visita a la Argentina se debe a la participación en el Festival BAN en la mesa “Niños criminales ¿víctimas o culpables?”. Esporádicamente, cuando se producen hechos delictivos protagonizados por niños o adolescentes se discute el endurecimiento de las penas. ¿Cuál es su opinión?
Es una situación muy compleja que depende de factores de contexto y dinámicas psíquicas y sociales que no se pueden generalizar sin conocimiento del ambiente. En Brasil hay una invisibilidad social experimentada por muchos niños pobres -muchas veces negros- que sufren una violencia simbólica y social, y a los cuales les falta un reconocimiento humano afectivo. Estos factores parecen ser la causa para que algunos de ellos encuentren en el lenguaje de la violencia una valorización de su presencia. Es un mecanismo perverso en donde se produce una anulación de la persona. Se produce mucha excitación para el uso del arma porque el acto de apuntar es un acto de buscar, contactar e interpelar al otro. La solución que encontramos es enviar a la persona a un sitio muy similar a la prisión, análogo a un tacho de basura, con condiciones materiales terribles que otorgan la impresión de que la persona no vale nada. Gradualmente el mensaje es asimilado. “Nació para ser un criminal”, se dice luego con la autoprofecía cumplida.
¿A qué cosas le decís ni a palos?
Es una longa lista (risas). Al racismo, la intolerancia y el autoritarismo.
Foto: Bernabé Rivarola